domingo, 3 de julio de 2016

LITERATURA Y LENGUAJE EN LA EDUCACIÓN

LENGUAJE, LITERATURA Y EDUCACIÓN

Fabio Jurado Valencia
Nació en Buga, Valle. Vivió y cursó los estudios básicos en Florida, Valle. Licenciado en Literatura: Universidad Santiago de Cali. Maestría en Letras Iberoamericanas: Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Literatura: Universidad Nacional Autónoma de México. Becario del Seminario de Poética, del Instituto de Investigaciones Filológicas: Universidad Nacional Autónoma de México.
Autor de los libros: Investigación, escritura y educación (UNAL, 1998). Palimpsestos. La crítica y el análisis literario en el aula de clase (SEM, 2004). La obra de Juan Rulfo: murmullos, susurros y silencios (Común Presencia, 2005). Mito. Cincuenta años después (UNAL, 2005). Poesía colombiana. Antología.1931-2005 (UNAM, 2006). Autor de compilaciones de ensayos y artículos sobre la lectura y la escritura en la editorial Magisterio. Colaborador en la revista Textos, de Barcelona, y Texto Crítico, de México. Actualmente es director del Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de Colombia.

Informe
La importancia del lenguaje radica que en las palabras y la comunicación entre personas son esenciales para todos los aspectos y todo tipo de interacciones en la vida cotidiana. Siempre usamos el lenguaje como herramienta de información y de comunicación entre las personas que nos rodean y mediante el lenguaje es cómo podemos expresar lo que sentimos, lo que deseamos y comprender, un poco mejor si cabe, el mundo que nos rodea.
Este lenguaje interviene en la educación a través de la escritura, por ello la escritura constituye el eje del proceso de aprendizaje escolar.  La escritura es el dispositivo en el que converge la oralidad, remodelada por la fuerza de la universalidad inherente al conocimiento.  La oralidad a la vez da cuenta de los saberes aprendidos a través de la escritura.  Oralidad y escritura conviven en la vida, se retroalimentan.  El asunto fundamental es saber qué entendemos por escritura y para qué sirve a los niños y jóvenes de hoy.  Lectura y relectura, escritura y reescritura: un movimiento inevitable que genera el asombro.
En tal sentido, el reto de un estudiante en ciencias o en matemáticas (como ejemplo, ya que se da en distintas disciplinas), es el de alcanzar el dominio de los códigos de esas disciplinas (reconocer sus significados relevantes), para saber trabajar con ellos. Y en ese propósito el rol del profesor, como experto en el uso de unos códigos (de la química o de la física, por ejemplo), es el de ayudar a los aprendices (como ocurre en el iniciado de un determinado juego) a comprenderlos y dominarlos, es decir, ayudar a saber leerlos y a saber operar con ellos, considerando siempre que en los estadios de la escolaridad (en la niñez y en la primera juventud) se trata de hacer sentir el modo cómo funcionan las ciencias (reconocimiento y uso de sus estructuras formales).
El dominio de los códigos («dominio» porque se «comprenden») presupone ubicar las unidades en su propio contexto, como saber, por ejemplo, que paréntesis y corchetes que se usan en una fórmula de química no tienen el mismo significado que cuando se usan en matemáticas o en física. Es algo semejante a lo que ocurre con las palabras, cuando una misma palabra aparece en distintos contextos, lo que hace que en cada uso haya un significado distinto. Si no se lee desde la relación texto / contexto la interpretación es imposible.
Toda labor pedagógica busca seducir, es decir, hacer interesar hacia cierto campo de conocimiento. Para lograrlo el profesor tiene que mostrar sus dominios cognitivos y sus competencias comunicativas en el contexto del aula: saber transponer –colocar en otro contexto– los códigos de una ciencia. Este es un paso definitivo y decisivo para ayudar a que los estudiantes lean adecuadamente los códigos de las disciplinas y sepan usarlos con entusiasmo: intuir que no es la ciencia lo que está allí en el habla del profesor sino una representación sobre la ciencia, es decir, un juego con las representaciones del conocimiento –o los modos como es representado el conocimiento– que solo podrá esclarecerse en la lectura aguda de las fuentes primarias en un tiempo distinto al del salón de clase.
La narratividad y la lectura crítica en el aula, puede resultar extrema la apreciación según la cual es a partir de la literatura desde donde más se pueden propiciar condiciones para la formación del lector crítico. Pero es la singularidad misma de estos textos lo que así lo determina. La ambigüedad y la polivalencia semántica que les caracteriza demandan la constitución de un lector que no se contenta simplemente con parafrasear lo que «en esencia» dicen, sino que sospecha además de que algo falta en lo que se ha comprendido en el texto. Es aquí en donde cobra relevancia el rol del docente de literatura, como un interlocutor que por su experticia en el contacto con los textos –se supone– puede lanzar preguntas que conducen a la elaboración de hipótesis interpretativas concertadas con los estudiantes, que se ponen a prueba buscando diversos senderos.

Trabajar con la literatura implica dar prioridad a la interpretación y reducir al máximo el carácter de dogma que inviste el discurso de la docencia. Sin embargo, no se trata de avalar cualquier hipótesis, como es común en la educación básica cuando se acepta como válido todo lo que se le ocurre a un niño a propósito de un cuento o un poema. Lo que se le ocurre al niño como lector tiene que ser probado desde el texto, pues el texto tiene y demanda su propia enciclopedia. No se trata, claro está, de descalificar la ocurrencia sino de apuntalarla como dispositivo para la discusión, para probarla desde el texto y es esta convergencia posible entre la semiótica del texto y la hermenéutica lo que contribuye a la formación del lector crítico.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario